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the with kannivals soul

Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego.


La principal ocupación de mi vida consiste en pasarla lo mejor posible.




martes, 1 de julio de 2008

La eterna búsqueda del tiempo perfecto




Es probable que muchos de nosotros consideremos el tiempo como una especie de río que fluye constantemente año con año. Ésa era la idea de muchos sabios hasta que Albert Einstein planteó su teoría de la relatividad
La eterna búsqueda del tiempo perfecto
El tiempo es la manera natural de evitar que todas las cosas sucedan a la vez. Entre las muchas definiciones de tiempo que se han planteado a lo largo de la historia, ésta es tan precisa como las demás.
Es probable que muchos de nosotros consideremos el tiempo como una especie de río que fluye constantemente año con año. Ésa era la idea de muchos sabios hasta que Albert Einstein planteó su teoría de la relatividad, en la que el tiempo era presentado como otra dimensión y cambiaba la manera como veíamos nuestro planeta y el universo.
Cuando los astrónomos estudian la luz procedente de una galaxia distante, lo que miran es algo que sucedió hace miles de años. Si se remontan a los orígenes del universo, efectúan un viaje mental al momento en que se inició el tiempo.
La manera como medimos el tiempo se basa en los movimientos de nuestro planeta y de los cielos. Al estudiarlos nuestros remotos ancestros dividieron el tiempo en días, meses y años. Un día marca una revolución completa de la Tierra, el periodo comprendido entre un amanecer y otro. Un mes es aproximadamente el tiempo que tarda la Luna en completar una órbita alrededor de la Tierra. Un año comprende todas las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno, antes de que comience otro ciclo.
La semana es un invento que se remonta a miles de años en el pasado, posiblemente a la época de los primeros mercados. Los antiguos necesitaban una medida más pequeña que el mes. En África, algunos tenían un mercado cada cuatro días y establecieron una semana de cuatro días. Otros, como los asirios, tenían una semana de seis días. Los antiguos egipcios tenían una semana de diez días y los primeros romanos, una de ocho días.
Aproximadamente alrededor del año 4000 a.C., los babilonios organizaron su semana de acuerdo con las fases de la Luna, cada una de las cuales tiene una duración de siete días, número que consideraban mágico. Contaban siete astros supremos en el cieloSol, Luna, Mercurio, Marte, Júpiter, Venus y Saturno, cada uno de los cuales, según decían, regía un día de la semana. Los judíos también tenían semanas de siete días, y creían que el siete tenía un significado especial. Dios creó el mundo en seis días y descansó el séptimo.
En el siglo IV a.C., los romanos adoptaron la semana de siete días en todo el Imperio. Cuando el Imperio Romano cayó, los sajones se extendieron en el norte de Europa. Conservaron algunos nombres romanos para los días, pero llamaron a otros con los nombres de sus dioses. De esta manera, tenían tres nombres romanos sábado (por Saturno), domingo (por el Sol) y lunes (por la Luna).
El año lunar, medido por el paso de 12 lunas alrededor de la Tierra, cada 29 días y medio, consta de 354 días. Como guía aproximada funciona razonablemente bien, pero pierde pronto consonancia con las estaciones. En el año 46 a.C., Julio César decretó que el mundo romano adoptara un calendario propuesto por Sosígenes, astrónomo de Alejandría. Éste, el calendario juliano, tiene 3 años de 365 días, con un día adicional cada cuatro años.
Los primeros romanos habían comenzado su año en Martius (marzo). Ésa es la razón por la que los meses séptimos, octavo, noveno y décimo se llamaban septiembre, octubre, noviembre y diciembre. Sosígenes sugirió que meses alternos deberían tener 30 o 31 días. A febrero se adjudicaron 29 días y 30 en el cuarto año. Esto significaba que septiembre y noviembre tendrían 31 días en lugar de los 30 usuales.
Cuando César Augusto subió al poder, deseaba tener un mes con su nombre. En el año 8 a.C., cambió el mes Sextilis, originalmente el sexto mes, en Augustus (nuestro agosto). Como Sextilis tenía 30 días y julio, 31, Augusto adjudicó a su mes un día más, de manera que no sería más corto que el mes que llevaba el nombre de su tío, Julio César. Para lograrlo, recortó el mes de febrero a 28 días y a 29 en los años bisiestos.
Para guardar tanto como era posible el patrón de los meses alternos, de 30 y 31 días, septiembre y noviembre se recortaron a 30 días, añadiendo un día adicional a octubre y diciembre, estableciendo la duración de los meses como la conocemos.
Las revisiones de César Augusto dejaron sin cambios la duración de un año, y el calendario juliano empezó a mostrar una falla básica: era 11 minutos y 10.3 segundos más largo. Para el siglo XVI, el calendario tenía 10 días de más.
En 1582, el papa Gregorio XIII introdujo el calendario gregoriano para corregir este error. En primer término, echó atrás el mundo católico al declarar el 5 de octubre como 15 de octubre, lo que enojó a mucha gente porque pensaban que sus vidas habían sido acortadas. Luego, el Papa declaró que los años de siglo serían años bisiestos sólo si podían ser divididos entre 400. Así, aunque el año 1894, es divisible entre 4, era un año bisiesto, en tanto 1900 no lo fue. Esta ligera corrección significa que el calendario gregoriano no será exacto por un día hasta el año 4906.
El papa Gregorio deseaba que todo país cristiano adoptara su calendario de inmediato, pero la Inglaterra protestante y sus colonias americanas esperaron hasta 1752, cuando el calendario juliano tenía 11 días de más. El día siguiente al 2 de septiembre fue declarado 14 de septiembre; por esa razón el natalicio de George Washington, que de acuerdo con el calendario juliano fue el 11 de febrero de 1732, ahora se celebra el 22 de febrero.
Además de la necesidad de tener un calendario que controlara los años, las sociedades primitivas descubrieron que precisaban tener una forma de medir las partes del día. En el antiguo Egipto el día se dividía en 24 partes, quizá por motivos religiosos. Desde el amanecer, seguían el curso del dios solar Ra, usando relojes de sol primitivos basados en la sombra de estacas clavadas en el suelo. El aspecto de algunas estrellas o constelaciones en el horizonte del este marcaban las 12 partes de la noche. Esto les daba horas cuya duración variaba en verano e invierno.
Los primeros relojes, construidos por los chinos hace aproximadamente 6,000 años, eran de agua. Al igual que los egipcios, los antiguos griegos también los usaron, y los llamaban clepsidra. Parecidos a relojes de arena, medían el tiempo al vaciarse o llenarse los recipientes conforme el agua goteaba. Más tarde se les mejoró para incluir un disco de tambor, pero los griegos conservaron la idea egipcia de las horas de duración variable.
Los científicos musulmanes de principios de la Edad Media establecieron una duración determinada para la hora. Los primeros relojes mecánicos, construidos posiblemente en China alrededor del año 1000 d.C., ganaban o perdían al menos un cuarto de hora cada día.
Se cuenta que, en el siglo XVI, Galileo Galilei miraba la recién encendida lámpara que se balanceaba en la catedral de Pisa. Tomó el tiempo al contar los latidos de su pulso y observó que cada oscilación completa tardaba casi el mismo tiempo, sin importar la distancia recorrida. El descubrimiento del péndulo por Galileo dio mayor precisión a los relojes y originó la era de medir el tiempo con precisión.
En el mundo actual, necesitamos medir el tiempo con mayor precisión que con la manecilla de los segundos de un reloj de cuerda. Las naves espaciales se guían por señales de radio que se miden por millonésimos de segundo (nanosegundos). Los físicos atómicos reconocen el picosegundo (la billonésima parte de un segundo) e incluso femtosegundos (milésimos de un picosegundo). Estos relojes ultraprecisos nos indicarán que son más los femtosegundos que hay en un segundo, que los segundos transcurridos en total en los pasados 31 millones de años.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La Sonrisa

¿Qué es lo primero que uno espera cuando se topa con otra persona? Una sonrisa.
La sonrisa nada cuesta, y rinde mucho. Enriquece a quien la recibe, sin empobrecer a quien la da. Dura un instante, pero su recuerdo no se borra. Nadie es tan rico que pueda vivir sin ella, nadie tan pobre que no pueda regalarla.
En casa la sonrisa es felicidad; en los negocios, confianza; y entre amigos, comunión. Una sonrisa reanima a los cansados. Da valor a los desalentados. Consuelo a los tristes y alivio a los enfermos.
Una sonrisa no puede ser comprada, ni prestada, ni robada, pues sólo vale cuando es regalada. Aun cuando alguien no te diera la sonrisa que tú esperas, sé generoso, y dale la sonrisa, pues nadie necesita tanto de ella como aquel que no sabe brindarla.
La sonrisa brota entre amigos, entre dos que se miran y se estiman. Una sonrisa es la mejor palabra a la persona amada. La sonrisa es un sí a la vida, un acto de amor a cada hombre concreto.
Sonreír es una práctica higiénica y saludable. La risa es la mejor medicina: No cuesta nada y carece de reacciones adversas. Un rostro alegre, además de favorecerte, es un regalo maravilloso para los demás.
Ser maduro no se pelea con ser risueño. Muchas veces nuestra cultura apaga el sentido del humor confundiendo el crecer y madurar con la seriedad. Al maduro se le concibe como serio, formal y aburrido.
¿Cuántos padres de familia apagan el buen humor de los hijos? “Mira que son simples, ya cállense. Parecen tontos; si vuelven a reírse me van a enfadar…” Hasta que llega el día en que los niños aprenden a poner las mismas caras largas de los adultos “maduros”. En realidad, la corona de la madurez es la sonrisa alegre y sincera. Y digo alegre porque no todas las sonrisas son así; las hay burlonas, hipócritas y de compromiso.
La risa en un niño es su auténtica fachada. Un niño grave desconcierta. Se prefiere que llore. De ese llanto a la risa hay un paso, un paso chiquito de niño nada más.
Mírate al espejo, y observa cómo cambia tu rostro con una espléndida sonrisa. Así que, a ver, hagámoslo ahora. Una risita, por favor, una carcajada. Una más… ¿Verdad que te ves mejor? Ahora memorízala y repítela a toda la gente con la que te encuentres. Inunda la tierra de sonrisas y de amabilidad. Es decir, de esas manifestaciones de buen humor que nacen de un corazón alegre.
La sonrisa es el broche de oro de la creación. ¿No crees?

Anónimo dijo...

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